En dos días más Emir estará cumpliendo 8 años. Sin darnos cuenta ese bebé débil y blanco azulado se convirtió en un hombre en potencia. Cada nuevo año hay algo grande que celebrar, algo tan grande e importante como que ya se baña sólo, que ya sabe prepararse su sandwich favorito de mostaza con jamón, o que a pesar de lo grande e independiente que es todavía me salta encima para derretirme con un beso.
Hay tantos motivos para sonreir y llenarse de orgullo
- Cuando escribe su nombre en las cajas de fideos para que nadie las coma sin su autorización
- Cuando me despierta los domingos a las 6 de la mañana disfrazado de surfista de la cabeza a los pies
- Cuando me cede su espacio en la cama para acostarse sobre mi pecho
- Cuando me despierta en la madrugrada para decirme “I love you”
- Cuando trata de convencerme que en vez de ir a la escuela sería mejor que nos quedemos a comer huevos y mirar Curious George
- Cuando se enoja y frunce el ceño
- Cuando sonríe e ilumina mi universo con esa fuerza que sólo irradia su corazón
Se quedaron atrás las excusas, los temores y los tormentos. No hay nada fuera de serie en nuestras vidas, porque todo es increíblemente corriente y especial a la vez.
Tengo que agradecerle a este jovencito por su capacidad intensa de hacerme sonreir, por su poder inmenso de hacerme sentir única, por su amor, por su ternura y por su forma irrepetible de ser, existir y enseñarnos a vivir.
Cuando lo pusieron en mi pecho bañadito en sangre y con los ojos entre abiertos, yo no tenía duda alguna que había nacido en mi vida el amor. Esos ojos se fueron abriendo poquito a poco, y junto a su crecimiento la vida tomó un propósito y el propósito se alimenta cada día de su increíble amor.
Cuando nació el doctor me dijo que no podría hacer muchas cosas, pero se olvidó de advertirme lo más importante: de lo feliz que sería yo descubriendo y disfrutando de todo lo que podría, de la magia con que transforma algo común en una fiesta y de lo indescriptible de su modo de enfrentar la vida, aprender, compartir y crecer.. de todo lo que lograría siendo simplemente “Emir”
No necesito compararlo con nadie porque es sencillamente incomparable, y este gigante pequeño de ojitos rasgados y dedos cortitos, es el hijo perfecto, el hijo que nunca soñe, porque hasta que nació no había aprendido a hacerlo: a soñar con los ojos despiertos y a amar con el corazón abierto.
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