Como padres, todos somos bendecidos con el hijo más hermoso del mundo. Tu hijo es irrepetible, y ese debería ser el principal motivo para entender que la paternidad no tiene competencia; aún así, para muchos es difícil lidiar con la experiencia de criar un hijo con necesidades especiales, ya que no se dan cuenta que son sus prejuicios como padres los que limitan el éxito de sus hijos.
La Competencia En La Paternidad
La competencia en la paternidad se basa en el prototipo que define las características para que un hijo sea perfecto o prometedor basado en su apariencia y nivel cognitivo, pero no todos los hijos encajan en ese prototipo. En respuesta a esas diferencias, es normal que los padres se sientan víctimas de sus propios prejuicios como padres, y no es hasta que esos pre-conceptos se superan, que la familia estará lista para disfrutar plenamente del amor del nuevo miembro de la familia, sin importar su condición.
Los Prejuicios más comunes que comienzan en casa, son:
- No se le nota mucho (la discapacidad), es obvio que tiene un grado muy bajo
- Seguro es un error y será igual que todos con el tiempo
- No es igual que los otros como ella o él, así que hay que erradicar la etiqueta para que nadie se de cuenta
- Hay que probar todo lo que sea posible para cambiarlo, y conseguir en todo lo posible que se parezca a las personas típicas de su edad.
¿Mayor o menor porcentaje de discapacidad?
Ahora, quienes la vida entera viven engañándose a si mismos sintiendo que tener más o menos porcentaje de una discapacidad te hace mejor o peor, nunca han aceptado que la discapacidad es natural, y que es parte de la vida. Quienes no han alcanzado la aceptación necesaria para comprender que todos somos diferentes, nunca lograrán la felicidad y alegría que nos permite disfrutar de nuestros hijos siendo como son. Quienes piensan que el nombre de una discapacidad, o el solo hecho de hablar abiertamente de ella sin complejos es un recordatorio de las diferencias, no han comprendido aún que la única forma de normalizar, es cambiar el concepto de vergüenza, de complejo, o de inferioridad ante una palabra. Todo cambia, cuando cambiamos empezando desde dentro.
No están enfermos, no te pases la vida entera queriendo curarlos.
No hay que cambiarlos, no hay que curarlos, no hay que hacer todo lo posible porque se parezcan a alguien más, o alcancen el máximo grado posible de lo que hasta ahora conocemos como normalidad. Hay que amarlos, hay que apoyarlos, hay que darles todas las oportunidades que alcancen sus máximas posibilidades y capacidades, para ser ellos mismos, para romper el prejuicio, para que todos entendamos que hay diferentes maneras de lograr las cosas, .. y que está bien. Es normal ser diferente.
El año 2009, escribí un poema dedicado al síndrome de Down, como tal, cuando lo publiqué mucha gente se sintió identificada y tocada por mis palabras. Otros por el contrario se sintieron ofendidos, y agraviados de modo personal.
Con el tiempo me di cuenta que como padres, es recién cuando abrimos la puerta y dejamos salir el dolor, que somos capaces de hablar sin temor de nuestras inseguridades, de nuestros temores, de nuestras inquietudes.
Es recién cuando entendemos que el síndrome de Down no es nuestro hijo, sólo una parte de su conformación genética, y que podemos decirle cara a cara: No te odio, ni te amo. Te acepto, y te agradezco, porque en todos los retos de haber llegado a la vida de mis hijos de modo inesperado, y sin invitación, me has empujado a descubrir, conocer y aprender a disfrutar de un mundo que nunca imaginé.
Cuando recién llegó a mi vida no podía ni siquiera encararlo,
inconscientemente lo evitaba y cada vez que lo veía
un frío se me alojaba en la garganta enfriándome el alma y el corazón.
Aun así hemos pasado muchas cosas juntos,
incluso a veces ha sido el único que ha estado ahí tiempo completo para verme llorar y para verme reír.
Muchas veces lo he retado
y le he pedido e implorado que se aleje de mi vida, de mi casa, de mi familia.
Aún así cuando la tormenta ha pasado,
ha seguido ahí mirándome a los ojos y retándome a seguir.
¿Con qué autoridad alguien te desbarata el mundo
y a la misma vez te inyecta en las venas
el poder para recoger los pedazos del suelo y no dejarte vencer?
Como un fantasma ha aparecido
inesperadamente retratado entre mis recuerdos más preciados.
Cuántas veces he tratado de mirar a través de él sin poder evitar caer,
aun así muchas otras he sentido como una sonrisa
tiene el inmenso poder que me hace volver a creer.
Ya son muchos años desde que llegó a mi vida,
y curiosamente hoy
ya lo puedo saludar, sentarme a su lado
y conversar de la vida mientras abro mi corazón sin llorar.
Y no ha sido para nada malo en realidad,
porque la vida me ha enseñado que muchas veces,
lo peor y lo inesperado tienen la fuerza de rescatar lo mejor de ti.
Si años atrás alguien me lo hubiera preguntado,
con certeza mi definición de su presencia hubiera sido un error,
porque si algo he aprendido con el paso de los años,
es que el juicio siempre es errado porque no forma parte del amor.
Me he sorprendido a mi misma mirándolo con una sonrisa,
y otras veces me he quedado callada mirándolo pasar,
percibiendo en lo más profundo de mi alma
que la vida es solo un minuto en la eternidad.
No lo odio ni lo amo
y como sé que a estas alturas de mi vida no puedo negarlo
lo acepto sin rencor,
y de cierto modo le agradezco haber estado siempre ahí,
haberme permitido aprender a mirar a través de él,
retarme al punto tal de hacerme descubrir lo valioso de la vida,
acosarme al punto de exfoliar mi corazón y mi mente de tantos prejuicios
para enseñarme de nuevo a caminar.
¿Quien lo diría?
Si yo pensé que ya todo lo sabía,
que había creado el momento perfecto para dar vida,
pero que sorpresas que nos da la vida,
y aún más grandes e intensas las sorpresas que nos da el Amor.
Hoy en la soledad de mi mesa y en la intensidad de mis pensamientos,
me siento con él mientras hablamos del futuro, de los sueños
y del importante propósito por el cual Dios lo acercó a mí.
Me río con él, me río de él y ya no le temo, ni lo odio ni lo quiero: lo acepto.
Cuántos sueños frustrados que ya ni siquiera recuerdo
porque todo eso quedo atrás en el pasado.
Con mi mano derecha tomé una hoja en blanco,
mientras con el puño izquierdo presioné los ideales rebuscados
que con tanto esmero había alistado en ese papel, y entendí que:
Los sueños no necesitan adaptaciones curriculares ni estimulación precoz porque son perfectos!
Cada día releo con esperanzas mis primeras ilusiones
y sobre ellas escribo mis conclusiones,
mis pequeños triunfos, mis grandes alegrías y las metas de quienes más amo: mis hijos.
Yo solo transcribo,
porque lo más hermoso de la experiencia
es saber que eventualmente son ellos en realidad
quienes trazaran su propia historia.
E incluso para ese entonces,
seguiremos intercambiando experiencias con mi amigo el síndrome de Down
y le diré lo que siempre le digo, no te odio ni te amo, te acepto.
No se cómo hubiera sido mi vida si nunca te hubieras atravesado,
pero le agradezco a Dios todo lo que por vencerte he logrado.
Y detrás de la forma que le diste a sus ojos rasgados
y de la línea única con la que cruzaste sus manos,
hay una creación perfecta, un milagro que me ha cambiado.
Un milagro tan simple y tan llano: Un milagro llamado “Amor”
Un milagro que no puede ser alterado por un cromosoma demás.
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9 Comments on “Enfrentando Nuestros Propios Prejuicios como Padres Para Poder Dar el Próximo Paso”
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