Es sencillamente natural que el amor más sincero venga acompañado de altas expectativas para quienes amamos. Exigir mucho de los hijos es a veces una manifestación del deseo de sus padres de asegurarles un futuro libre de problemas, sin embargo, exigir mucho de los hijos no es un motivador, todo lo contrario, puede tener el efecto totalmente contrario sino despertamos de nuestros espejismo de perfección.
¿Cuándo Exigir Mucho de Los Hijos Se Vuelve Un Problema Peligroso?
- Cuando como padres queremos cumplir nuestras metas personales inconclusas, o repetir nuestro éxito en sus vidas como la única manera de hacerlos sentir valiosos.
- Cuando tratando de que nuestro hijo gane las habilidades que consideramos indispensables, oscurecemos sus propias habilidades dañando su personalidad única y sus capacidades irrepetibles.
- Cuando nuestro orgullo o inseguridad no nos deja aceptar las debilidades de nuestros hijos, y en vez de enseñarles a celebrar sus capacidades, vivimos tratando de corregir o reparar lo que creemos que esta roto o que les falta.
- Cuando tratando de que hagan lo que nosotros creemos o consideramos correcto, los privamos de ser ellos mismos, seguir su propio camino y escribir su propia historia.
¿Cuál es lo contrario de Exigir Mucho a los hijos, o la cura a este comportamiento por parte de los padres?
Exigir mucho a los hijos se cura de una manera muy sencilla:
- Haciendo a un lado el ego y el deseo de controlar a nuestros hijos como que fueran una pertenencia
- Hablando con nuestros hijos y abriendo el corazón para estar dispuestos a escucharlos para aprender a entender sus sueños
- Respetando su derecho a elegir y fomentando sus intereses personales y sus regalos únicos
- Reconociendo que sin importar cuanto los amemos, tenemos que darles su propio espacio para cometer sus propios errores, explorar sus pasiones y encontrarse a si mismos.
Exigir mucho de los hijos no es solo un error de los malos padres, es en realidad un error en el que la mayoría de nosotros caemos tratando de proteger lo que más amamos. El problema no es equivocarnos, sino nunca aceptar que estamos errando, quitándole a nuestros hijos el regalo más grande del mundo: Seguir su propio camino y encontrar la pasión que los haga sentirse únicos y orgullosos de ser ellos mismos.
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