Yo nací y crecí creyendo que la belleza era sinónimo de peso y atributos físicos. Tuve a la mejor madre del mundo, pero algo que no puedo negar es que me enseñó que para ser bella, yo tenía que tener el cuerpo perfecto y hacer todos los sacrificios necesarios para conseguirlo. De mi madre aprendí mis primeras dietas y planes de ejercicio, y la amo y siempre la voy a amar, pero no quiero enseñarle lo mismo a mi hija.
Quiero que mi hija sea diferente a mi, y quizás aún sin quererlo es inevitable porque mi hija tiene síndrome de Down y nuestras vidas nunca serán iguales, pero se que sería igual si las circunstancias fueran distintas. Quiero que sea diferente a mi porque no quiero que nunca viva ni sienta que no es lo suficientemente valiosa porque no cabe en una talla de ropa o no se parece a una modelo de revista.
Mi hija siempre ha tenido retos de peso no relacionados a su alimentación ni a excesos, sino a su metabolismo y a su complexión única. Junto a ella he aprendido a tener una alimentación saludable, a leer las etiquetas de las comidas, a entender la influencia del azúcar y de los conservantes, y a medir las porciones; entre muchas otras cosas.
Durante los años ha aprendido a tomar las mejores decisiones y a decir basta cuando está satisfecha. Me da orgullo y me da tranquilidad verla crecer como una persona balanceada, saludable y feliz que a su corta edad no considera la comida ni un premio ni un enemigo. Aprender lo mismo a mi me costó décadas de vida.
Me da emoción e infinita alegría verla mirarse al espejo y celebrar cada una de sus características físicas, incluido su peso. Me encanta ver como lucen cada una de sus curvas, y lo bella que se siente y lo bien que lo expresa. Me da mucho orgullo ver cuánto se parece a mi en todo lo demás, y también me da satisfacción saber que con mi propia experiencia he cambiado su vida, y que no hay un sólo día en que no nos miremos juntas al espejo para recordarnos la una a la otra que somos únicas y perfectas, y que eso no es cuestión de apariencias, sino de amor propio.
A quienes sin haber reflexionado ni analizado como la diversidad impacta nuestras vidas y comunidades, los invito a pensar y hablar con sus hijos y seres amados del respeto por las diferencias. No nos cansemos de enseñarles a nuestros hijos a amarse a si mismo con nuestro amor, y de enseñarles a hacer lo mismo con todos quienes los rodean. Los niños no tienen prejuicios, los aprenden de sus padres.
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