Hace unos días tuve que viajar por tierra por motivos de trabajo. Entre los retos de manejar en la carretera inter-estatal, están el estrés que produce la velocidad y la presión que los otros conductores ejercen sobre los que van más lento. Además cuando se va a casi 100km por hora, es más fácil temer perderse o hasta tener un accidente. Es más difícil parar, y eso sin contar que tienes que asegurarte de que tu carro es lo suficiente fuerte y seguro.
La carretera local es mucho más lenta. Hay paradas, menos tráfico y menos presión de la gente alrededor. A veces retrasa el viaje considerablemente, sin contar, que no siempre tiene la capacidad de llevarte dónde quieres llegar. A veces puedes avanzar un poco en ella mientras tomas impulso, pero al final sabes que para alcanzar tu meta, eventualmente tendrás que subir a la inter-estatal.
Por todo eso, es que con el paso de los años he aprendido a disfrutar de mis constantes viajes por tierra, y porque a veces son más de tres horas las que paso en silencio y soledad mientras manejo, me sirven para pensar y reflexionar acerca de la vida, sus alegrías y sus retos.
En este ultimo viaje me puse a analizar las similitudes de la vida y las carreteras. Específicamente, en cómo nuestras decisiones impactan nuestras vidas y las de quienes amamos. Me puse a pensar en Emir y los constantes retos que vivimos en nuestro deseo de mantenerlo integrado y activo en un aula común.
Me subí a la carretera rápida el día que me propuse luchar por su inclusión. Hay días en los que siento como la gente nos mira por el retrovisor, cómo diciéndonos con sus acciones y sus miradas que estamos en el lugar equivocado. Que deberíamos bajar a la carrera lenta en la próxima salida, porque no estamos yendo lo suficientemente rápido, porque somos demasiado lentos, porque nuestro carro no es el adecuado, o simplemente, porque la carretera rápida se ha construido solo para quienes tienen la capacidad de tomar decisiones rápidas, de superar los tiempos establecidos y de darse de frente sin salir heridos.
Nosotros estamos lejos de cumplir esas expectativas. Vamos más lento, seguimos invirtiendo en reemplazar y conectar las piezas de nuestro carro para hacerlas funcionar a perfección. Constantemente tenemos que apretar el acelerador con más fuerza, aún sabiendo que no nos hará llegar más rápido. Y aún así, creemos que podremos lograrlo.
El camino sería más fácil si decidiéramos bajar a la carretera local
Es cierto. Quizás en la carretera más lenta todo sería más fácil. No tendríamos que enfrentarnos a tantos retos, y probablemente nos sentiríamos todos más cómodos. Sin embargo, ninguno de los factores anteriores, por simples y lógicos, asegura o iguala la felicidad que provoca avanzar otros 100 kilómetros hacia la meta. Junto a menores retos vienen menores expectativas. Sin presión alguna, nunca sabríamos todo lo que podemos.
La vida no siempre se trata de elegir el camino más fácil o el más lento. A veces para realmente avanzar y lograr nuestros sueños, tenemos que atrevernos a subirnos a la carretera rápida con lo que tenemos en este momento. Vamos a tener que tener más cautela, vamos a tener que aprender a bajar la velocidad para revisar la máquina, y probablemente muchas veces vamos a necesitar un descanso.
A veces vamos a sentir que estamos sobre-calentando el motor, pero poco a poco y con perseverancia y conocimiento; vamos a ir encajando las piezas. Y un día.. mientras manejamos en la carretera rápida, vamos a sentir que estamos en el lugar correcto.
Y puede que la gente alrededor siga pensando lo contrario y te pasen por el lado mirándote como si fueras un extraño, pero llega el día en que eso deja de importar. Hay un día en el que te sentirás orgulloso de todos tus esfuerzos, de todas tus luchas, y esperanzado en tus metas.
Todo el amor y pasión que están invirtiendo para seguir avanzando en el camino más complejo, te llevará sin dudas al lugar al cual siempre has soñado llegar.
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