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Ayer estaba sentada conversando con un padre que me decía que realmente el futuro no le importa, porque le importa que su hijo sea feliz hoy, y realmente no tiene sentido alguno empujarlo tanto para ser algo que no puede.

“¿Qué lo hace feliz?” le pregunté. Todo y nada, me dijo. En realidad, cuando lo vemos infeliz dejamos de hacer lo que le molesta y hacemos lo que le gusta. “Le debemos eso,” me dijo. “Al final, no es su culpa haber nacido así. Estos niños son así.” 

Duele ver estas situaciones en las cuales los padres han cerrado sus mentes al grado tal en el cual sin darse cuenta, están privando a sus hijos de la verdadera felicidad, que no es sinónimo de falta de habilidades o expectativas sociales, sino que es la tarea cotidiana cargada de retos que todos enfrentamos tratando de convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos.

A veces como padres, en nombre del amor y de la palabra “felicidad,” limitamos a nuestros hijos enormemente privándolos de su derecho de ser expuestos a educación típica y natural. No estoy hablando ni de terapias, ni de inclusión, ni de programas individualizados, sino de la educación natural a la que por amor, todo hijo tiene derecho a recibir en el núcleo del hogar para ganar las habilidades sociales que le permitirán integrarse lo más eficientemente posible de acuerdo a sus propias habilidades.

Tampoco estoy hablando de perfección, porque es absurdo creer que seremos capaces de corregirlo todo o mandar a la vida a un ser humano perfecto sin margen de error. La perfección no existe, y lamentablemente la tarea más complicada de criar hijos con necesidades especiales, es darse cuenta que aunque los esfuerzos son inmensos, los resultados no siempre son paralelos.

Aún así, por amor a nuestro hijo, no podemos ni debemos rendirnos justificando nuestro deseo de hacerlo feliz basados en el peor de los prejuicios: Asumir que no pueden ni se merecen una vida digna. 

¿Qué pasa cuando en nombre del amor y de su felicidad dejamos que hagan lo que les de la gana para que sean felices?

  • Cuando salen a la vida se golpean con la triste realidad de que existen reglas sociales que se espera que cumplan. El individuo no es culpable de no conocer estas reglas o nunca haber estado expuesta a ellas, sin embargo, es el individuo el que sufre las consecuencias de las carencias de su educación. 
  • La felicidad no es el resultado de tenerlo todo en la vida, sino de ganárnoslo con nuestro esfuerzo. Y por ello, eventualmente esa felicidad ficticia de darle todo se convertirá en su mayor frustración. Nada tiene sentido cuando no implica reto. Sin importar la condición ni la circunstancia, ningún individuo puede vivir ni ser feliz sin expectativas. Si le damos todo para hacerlo feliz, le arrancamos el sentido a su vida que es comprender que la felicidad no es el premio, sino el camino.
  • Aunque creamos que para justificar nuestras decisiones como padres, podemos aislarlo del mundo mientras predicamos de manera constante que la inclusión no es posible y no existe, siempre vamos a ser víctimas de la exclusión que nosotros mismos hemos creado para nuestro hijo. No hay nada más difícil ni más abrumador que sentir que no tienen a nadie más después de nosotros. Por amor a ellos es que tenemos que abrirles el mundo para que se sientan amados, aceptados, y retados a crecer. Solos nunca podremos enseñarles todo lo que  necesitan.

Para mi no es fácil escribir estas notas, porque se que pueden revolverle el estómago a muchos. Pero no las escribo con juicio sino tratando de que padres que están viviendo esta situación entiendan que todavía hay tiempo, que siempre hay tiempo para empezar de nuevo.

Que sepan que todos nos hemos equivocado en el camino y lo que nos diferencia a los unos  de los otros no es ser mejores, ni saber más, ni ser más capaces. Lo que nos saca del círculo vicioso de la victimización de nuestros propios hijos, es la habilidad de reconocer esos errores, y ponernos a la tarea de buscar nuevas respuestas.

Nuestros hijos dependen plenamente de nosotros. Todo lo que les negamos, es algo que nadie más les puede dar. Cada vez que hacemos lo más fácil, les quitamos el derecho a alcanzar su máxima capacidad. Cada vez que decidimos aislarlos nos convertimos en verdugos de la normalización de la discapacidad.

Sin embargo, cada vez que creemos en ellos, le abrimos una puerta a la posibilidad. Respetemos su derecho a ser capaces. La verdadera felicidad no es darle todo lo que quiere, sino es enseñarle a ganárselo basado en su propio esfuerzo y sus propias habilidades.

Eliana Tardio
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About Eliana Tardio

En este espacio Eliana comparte su pasión por un mundo inclusivo a través de las historias de integración natural de sus dos hijos, Emir y Ayelén, quienes crecen y desarrollan sus talentos como modelos de diferentes marcas internacionales. Viviendo con pasión, compasión y estilo; esta es una vida totalmente imperfecta que celebra pequeños grandes triunfos mientras interpreta las enseñanzas en los retos. Eliana fue nombrada el 2015 como Mejor Activista Latina en US gracias a Latinos in Social Media.

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