Como mujer, me niego a victimizarme ante las circunstancias. Ante el resultado de mis malas decisiones asumo responsabilidad, y ante las sorpresas de la vida que a todos nos tocan, tomo acción. No me conformo con ajustarme a lo que otro escribió antes que yo. Necesito vivir y encontrar mis propias respuestas.
No victimizo mi tarea como madre asumiendo que soy una madre especial por tener dos hijos con síndrome de Down. Creo que soy una mujer que ha tenido el honor de convertirse en madre y que ama a sus hijos sin etiquetas. El compromiso de amor que tengo hacia mis hijos responde a ellos como individuos y no sería diferente si tuvieran un cromosoma menos.
Soy testaruda, son ambiciosa y muchas veces egoísta y a mucha honra, porque me ha costado mucho aprender a pensar en mi misma. No aspiro a ser canonizada ni espero ser recordada como la persona más dulce y noble del mundo. En cambio mi mayor meta es vivir al máximo para dejar una huella. Trabajo duro por innovar y por hacer una diferencia positiva, y eso me hace sentir orgullosa de mi misma.
Mi aspiración como ser humano y ante los retos que enfrento en mi vida diaria como mujer, como inmigrante, como Latina y como madre divorciada, es ser reconocida sin etiquetas ni límites. No quiero que nadie me defina ni me limite, y con mi ejemplo le enseño lo mismo a mis hijos.
Mi hija también es una mujer, quien tampoco es víctima ni de las circunstancias ni de su condición. Mi hija no es un ángel ni una niña eterna. Mi hija es una mujer en potencia. Es una mujer con voz propia, con talentos, con opiniones, con determinación y fortaleza.
Mi hija camina con fe y amor hacia sus metas tomada de la mano de los que ama, porque ella también tiene derechos y se merece el más brillante de los futuros haciendo realidad sus sueños.
Mi hija no sabe cocinar ni limpiar porque esos no son sus intereses personales. No está siendo entrenada para anteponer las necesidades de otros a las suyas porque eso tampoco viene con el género.
Mi hija está siendo criada con amor y respeto para aprender a amarse a si misma antes que a los demás y para crecer sabiendo que aunque pueda que en su vida se enfrente a momentos difíciles basada no sólo en su género sino su condición, su mejor herramienta siempre será su fe en si misma y en sus sueños.
Hace 38 años atrás, yo nací de una mujer de la que tuve el honor de aprender por 16 años de mi vida. Una mujer que nunca necesitó ser melosa para hacerme sentir amada. Una mujer que me protegió de mi misma enseñándome a ser responsable de mis actos. Una mujer que me empujó a utilizar mi voz, a creer en ella, y a entender que hasta en las situaciones más difíciles podemos ser fuertes, podemos ser grandes y tenemos que ser valientes. El año 1994 partió físicamente víctima del cáncer, pero sigue viva en mi y la reconozco en mis ojos cada día.
Yo también le di vida a una mujer, mi hija. Y mientras trato de darle lo mejor de mi como mujer y como madre, también aprendo de ella. Porque al igual que yo, ella es única y no se conforma. Ella también necesita escribir su propia historia.
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