Mi perspectiva sobre este tema viene desde mi experiencia como madre de dos hijos con discapacidad. Y sí, durante los años he aprendido a decir discapacidad sin pelos en la lengua y con todas las letras, porque todos los demás adjetivos que intentan enmascarar la discapacidad bajo etiquetas de consuelo, lo único que hacen es reforzar la doble moral con relación a la vida de las personas con discapacidad.
Me faltaría vida para compartir todas las experiencias en las cuales he sido cuestionada acerca del derecho a la vida de mis hijos. Me admira enormemente cuando en alguna de las tantas entrevistas que he dado a lo largo de la vida, alguien comenta, “Que absurdo que decidió volverse a embarazar después del primero,” o peor aún, “Que irresponsable por haber decidido tener a sus hijos.” Mucha gente está tan cegada en el prejuicio que se rehúsa a ver la historia de superación y decide concentrarse en el reto.
Así de podridos estamos como sociedad, porque algo que veo constantemente es a los protestantes en las calles – vivo en el suroeste de la Florida – marchando con carteles “Pro-vida,” pero cuando el concepto se aplica a personas con discapacidad, lamentablemente parece ser que sus vidas valen menos porque sigue siendo “normal” acercarse al padre de una persona con discapacidad para ofrecerle el pésame después de creernos con el derecho de preguntar, “porqué este padre no adoptó la –excepción- en la regla Pro-vida, al saber que su hijo no sería ‘perfecto’.”
Pocas personas directamente afectadas hablan de estas cosas, y no es porque no sucedan constantemente, pero porque tan jodidos estamos como comunidad, que nos creemos santos y creemos que con la decisión de darle vida a nuestros hijos viene el calvario y el sacrificio eterno de aceptar el juicio de terceros. Nos creemos el cuento de que no es importante defender a nuestros hijos porque nada nunca cambiará, y en vez de pelear por ellos, los aislamos para evitarles el dolor, y así, el ciclo de segregación y de prejuicio continúa.
En contra parte como sociedad, nos seguimos inventando etiquetas para definir nuestros “valores” y sentirnos apoyados y escudados en grupos de personas que piensan como nosotros y pueden defender nuestras creencias, o carencias, cuando nosotros no sabemos cómo. Nos convertimos en borregos manipulados por valores carentes de empatía, y así es como grupos humanos se dedican a culpar lo que no conocen y a emitir juicios en contra de situaciones que sólo se entienden cuando se viven de primera mano. No sólo es irrespetuoso, sino también absurdo este comportamiento, porque todos esos principios por los que tanto luchamos pueden romperse en cuestión de segundos cuando esa realidad nos toca de frente y nos muestra una nueva cara de lo que una vez juzgamos.
Muchos de los que profesan estar a favor de la vida, creen que la vida viene en una escala de valores y que por tanto, algunos merecen una mejor vida que otros, porque sólo los que tienen “potencial asegurado” deben y merecen tener acceso a educación y servicios médicos. Y resumiendo y traduciendo el comportamiento humano que nos rodea, hay un cartel imaginario que indica, “es tu responsabilidad asumir tu error de haber elegido vida en contra de los valores humanos que nosotros predicamos.”
Y así, los países y las comunidades fijan prioridades, y mientras como padres y como personas con discapacidades, decidamos callar par no salir heridos, vamos a seguir siendo testigos mudos del crecimiento indiscriminado de la discriminación. Ese que muchas veces no ataca de frente con todas las letras, porque viene enmascarado en etiquetas “especiales” que invitan a los padres a “aceptar” sus circunstancias y las de sus hijos sin poner trabas.
Y no nos olvidemos, que basados en esta misma doble moral, “ellos no tiene una discapacidad, y son en cambio especiales,” y por eso, se merecen campañas televisivas para regalarles algo que cubra nuestra incapacidad social de reconocer su derecho a ganárselo todo con las adaptaciones necesarias y el respeto por sus derechos humanos.
Si alguien se pregunta cómo ser un activista pro-vida, mi respuesta es la siguiente:
- Respeta “la vida” sin excepciones. Todas las vidas tienen el mismo valor.
- Más vale tu voto a favor de servicios equitativos que tu donación a una campaña para personas con discapacidad. Tenemos que darles el derecho de tener su propia caña, para que aprendan a pescar como todo el mundo.
- Aprende antes de juzgar lo que no conoces, no asumas las respuestas desde tu comodidad. Y sólo entonces ganarás la habilidad para dejar de dar el pésame y reconocer el valor del individuo.
- Ofrece soluciones y alternativas, no deprives sin dar la oportunidad. Es más fácil dejarte llevar por las apariencias, pero cuando cruzas la línea de la discapacidad, aprendes la maravilla de reconocer la capacidad. Y es así de sencillo, no se trata de tratar de eliminar la discapacidad, sino de aprender que la capacidad siempre está presente.
- Piensa en grande y reconoce que la inversión de hoy crea el futuro de todos y cada uno de nosotros, y por eso, todos sin excepción tenemos el derecho de tener las mismas oportunidades. Lo que hagamos con ellas es nuestra responsabilidad.
Y por último, y muy importante, piensa en las posibilidades de estar del otro lado de la cerca algún día, porque sí, la probabilidad es considerable. Lo único que necesitas para vivir situaciones inesperadas es estar vivo.
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Gracias por leernos, Cristián, y muchos saludos.
Excelente comentario y concuerdo contigo, slds desde Chile ;)