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Mis hijos ya están grandes, son muchos más independientes y comparten más tiempo con su padre. Así que finalmente tengo tiempo para mi misma, pero porque he sido “únicamente madre” por tanto tiempo, el sentimiento de libertad no me llegó de modo natural, y por eso, tuve que re-aprender a invertir el tiempo libre en cosas más interesantes que lavar ropa.
Aunque la vida nunca ha sido fácil y probablemente nunca lo será, para mantenerme fuerte y conectada como la madre de dos hijos con discapacidades significativas, tuve que construir este mundo en el cual mi carrera profesional está fuertemente conectada con mi vida y la de mis hijos. Esto ha creado un círculo de comodidad para mi porque lo que hago en un lado complementa el otro. Pero hablando como individuo, tengo que reconocer que muchas veces me he sentido completamente desconectada del mundo típico, y muchas veces me he encontrado perdida a la hora de re-descubrirme en un rol diferente al de mamá.
Mi “personalidad maternal” devoró mi personalidad individual y comencé a ser percibida como una madre increíble, y eso es todo. Siendo realista, nunca he sido una santa, y todo lo contrario, siempre he sido sarcástica, graciosa, y aventurera. Pero en el reto de ajustarme a la vida y sus situaciones inesperadas, me perdí a mi misma tratando de mantenerme enfocada en lo más importante, que es y siempre será mi tarea como madre, aún cuando eso no signifique que no puedo ser también mujer.
Además, y porque mucha gente sólo me conoce en mi papel de mamá y reconocen mi trabajo y mi entrega como líder comunitario, ni siquiera se atreven a tratarme como una persona real. Todo lo que pueden ver es a la defensora y la guerrera incansable luchando por sus hijos. Y por eso, con el paso de los años he perdido innumerables amigos que se han alejado pensando que mi vida es demasiado complicada y que ya no tenemos nada en común. También he ganado muchos otros con los que he aprendido a luchar las mismas guerras, pero también he aprendido que la vida es mucho más que conversaciones que giran en torno a la discapacidad de mis hijos, y que para ser felices tenemos que encontrar el balance que nos permita respirar de lo cotidiano y descubrir y conocer cosas nuevas.
Ha sido durante los últimos años que me he dado el permiso de reinventarme para encontrarme a mi misma nuevamente. He trabajado mucho por romper la dependencia hacia mis hijos para entender que así como me necesitan, también necesitan ampliar su mundo para aprender a confiar en quienes los aman y estarán ahí para ellos si algún día yo les falto. He hecho un esfuerzo increíble por aprender a amarme como persona y dedicarme el tiempo necesario para cuidar de mi cuerpo y mi alma de manera positiva y consciente. He aprendido a manejar la ansiedad y las preocupaciones innecesarias. Y sobre todas las cosas, he aprendido a celebrar la amistad, esa amistad sin intención que te da la oportunidad de hablar de cosas sin sentido, de reír sin remordimientos, y de perder el tiempo para recuperar las fuerzas enfocándote en tu propia felicidad. Parece sencillo, pero no lo es.
No es fácil ser más que una mamá cuando sientes que tus hijos te necesitan tanto. No es fácil ser más que una mamá cuando tus hijos tienen necesidades que muchas veces sientes que jamás serás capaz de cubrir. Más aún cuando esas necesidades implican una nueva terapia u otro tipo de refuerzo académico que no sólo nos agota a todos, sino que muchas veces hasta se vuelve imposible de cubrir por razones económicas.
Honestamente, no es fácil ser más que una madre cuando tu tarea de madre es tan intensa y cuando tus hijos dependen tanto de ti. Pero al final, algo que he aprendido en todo este tiempo es que la vida es mucho más que los retos. Que todos enfrentamos momentos inevitablemente difíciles, y que por eso en vez de vivir a la defensiva esperándolos para darles de frente, tenemos que aprender a disfrutar del momento, y vivir con alegría y positivismo para tener las pilas cargadas y que nuestras almas y corazones estén listos cuando sea necesario.
Nunca será fácil ser más que una madre, más aún cuando se trata de luchar contra los estereotipos perjudiciales que nos empujan a creer que la experiencia de tener hijos con discapacidad nos convierte en santas que no deben ni merecen ser nada más que madres. No nos castiguemos a nosotras mismas tratando de ser perfectas o negándonos a la realidad de que somos mucho más que madres, porque primero y antes que nada somos mujeres.
Premiemos nuestra individualidad, tomemos esa copa de vino con los amigos, amémosnos y hagamos una buena inversión regalándonos algo lindo. Celebremos nuestra personalidad única sin remordimientos, porque al final, somos las mismas mujeres que fuimos una vez y al celebrarnos les enseñamos a nuestros hijos amor propio, auto-estima, y fe en si mismos.
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