Esta mañana camino a una reunión de trabajo con Emir y Ayelén, íbamos conversando de la reunión, del tiempo, y del tráfico. Ahora que Emir ya va en el asiento delantero, me deleito escuchando como lee las señales de tráfico, los nombres de las calles y las avenidas, y también de verlo a cargo del GPS mientras me da instrucciones de dónde y cuando torcer.
Para Emir nada ha sido fácil en la vida, todo le ha costado mucho, pero cada cosa se la ha ganado a pulso con mucho esmero y determinación. Sigue mejorando su lenguaje, sigue mejorando su lectura, y ganando la habilidad de hacer de la escritura un hábito natural. Tiene conversaciones increíbles y también a veces retos difíciles con la comunicación. No es un genio académico, pero es un hijo genio, porque es el hijo más comprometido y responsable que jamás hubiera podido soñar y hace lo mejor que puede con todo lo que tiene.
Se que podría haberle dado mucho más tiempo académico o terapeútico en la vida, pero siempre he creído que así como necesita apoyos, también necesita su propio tiempo y sobre todo, de mi tiempo. Ese tiempo irrepetible y valioso en el carro. Ese tiempo para explicarle lo que viene para ayudarle a que todo encaje y se sienta seguro. Ese tiempo para mirar su programa favorito y aprenderme los nombres de los caracteres y sus aventuras, y así ponerle sentido a las tantas frases sueltas que sin esa inversión valiosa de tiempo nunca tendrían sentido. No sólo soy madre, muchas veces son su amiga, su compañera, y la que llena sus vacíos cuando esos vacíos no pueden llenarse solos.
Creo que todos los padres pasamos por ese momento en el cuál nos preguntamos si estamos haciendo lo correcto, o si hay algo más por hacer. Si somos culpables de lo que nuestros hijos no pueden, y si es correcto quitarles tiempo como individuos para inyectarles lo que les falta, o en vez de eso, si es mejor darles más tiempo y sentir que estarán bien.
La paternidad es una inversión cuyos frutos son totalmente variables. Podemos darlo todo y aún así no conseguir lo que creemos que es justo, pero en vez de mortificarnos, creo que no hay nada más noble y más honesto que medir nuestros logros basados en la felicidad de nuestros hijos. En su habilidad para resolver problemas a su modo, en su capacidad para moverse independientemente de la mejor manera posible de acuerdo a sus habilidades. En el arte de vivir para crecer, sin importar que el ritmo no sea el mismo de todos.
Para mi, no hay nada más importante que ese tiempo que les regalemos cada día, uno a uno, sin presiones, sin reproches, sin juicios. Ese tiempo en el cual aún hablando con errores, en el cual avanzando a paso lento, en el cuál haciendo su mejor esfuerzo con sus propias limitaciones, se sienten plenos, se sienten amados, comprendidos, y celebrados por todo lo que pueden del modo en el que pueden. No quiere decir que no vamos a seguir intentando que puedan más, sino que vamos a vivir en un estado pleno de aceptación que sigue avanzando en cada fase y en cada etapa.
Muchos piensan que esta aceptación plena del individuo con sus propios retos es darnos por vencidos. Yo creo que es un derecho de nuestros hijos ser aceptados en sus fortalezas y debilidades, y creo que cada día tenemos que hacer nuestro mejor esfuerzo por vivir para celebrarlos en el proceso, sin perder la objetividad tratando de alcanzar un objetivo que sentimos que los hará más valiosos.
Ya son lo más valioso de nuestras vidas, y sólo cuando les dedicamos ese tiempo sagrado de padre a hijo, somos capaces de conocerlos y reconocerlos como seres humanos perfectos, para sentir que pase lo que pase son individuos plenos que seguirán creciendo y aprendiendo con nuestro amor como el mejor aliciente de su esfuerzo.
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