Cuando uno cría hijos con alguna discapacidad, aunque muchos lo nieguen, generalmente en los primeros años uno vive etapas de melancolía en las cuales millones de preguntas absurdas, indiscretas, y también esclarecedoras le inundan a uno la cabeza. Por ejemplo, yo muchas veces me pregunté si como madre de dos hijos con síndrome de Down alguna vez viviría lo que otros padres viven. Mis sueños como padre a veces son tan grandes, que me cuesta creer que como individuo sean tan básicos.
Pero, por ejemplo, uno de mis sueños era un día poder ir a la playa, como todo el mundo, y recostarme en una toalla a tomar el sol mientras mis hijos nadaban o jugaban.
Parece un ideal absurdo y poco ambicioso, pero sólo quien lo ha vivido reconoce la impotencia y la angustia que se siente cuando uno no encuentro un minuto de paz para uno mismo, porque uno está demasiado ocupado cuidando de alguien más, y más aún cuando la responsabilidad no es opcional porque no uno está complemente sólo. Así lo viví yo. Nunca resentí ni mi responsabilidad ni la necesidad de mis hijos, es más, es algo que no cambiaría por nada, pero algo que no puedo negar es que pasé por momentos de depresión que ni siquiera reconocí en su momento, porque estaba demasiado ocupada tratando con todas mis fuerzas de sacar a mis hijos adelante.
Hoy finalmente la vida nos sonríe y estamos viviendo uno de los momentos más estables y felices de nuestras vidas, un momento en el cuál nuestra reducida familia de tres se siente inmensamente bendecida. Pero para llegar aquí hemos tenido que pasar por mucho. Nada ha llegado de manera fácil, y por eso, lo que hemos alcanzado cobra aún más valor porque nos ha costado a todos y todos nos hemos retado a crecer y a dar lo mejor de nosotros mismos.
Ayer sentada a la orilla de la playa tomando el sol, de repente recordé esa pregunta del pasado en la cual me cuestionaba a mi misma si alguna vez viviría lo que otros padres viven, y en mi rostro se dibujo una sonrisa, porque sí, hoy que Emir tiene 13 años y Ayelén tiene 10, puedo contemplarlos a lo lejos mientras ellos juegan, nadan, ríen, saltan, y disfrutan de la vida al máximo gracias a las habilidades que han ganado con el paso de los años.
Quienes recién comienzan el camino y tienes hijos pequeños muchas veces sienten que quizás sus hijos no tienen las mismas habilidades, pero lo que la mayoría de las veces no saben es que todos hemos comenzado en el mismo lugar. Todos hemos dudado, todos hemos llorado, y sólo quienes hemos sido capaces de levantarnos pese a los tantos golpes y tropiezos, podemos dar fe de que nuestros hijos pueden, cuando como padres aplicamos la magia de perseverancia y convertirmos ese amor inmenso en fe en ellos, paciencia, y esperanza.
Realmente, no amance antes porque queremos despertar más temprano. Esa es quizás la enseñanza más grande que he recibido de mis hijos.
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