El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer. La celebración de este año me parece diferente porque estoy viviendo la experiencia de tener una pre-adolescente en casa. Una que está creciendo y desarrollándose como cualquier otra niña de su edad. Haciendo a un lado sus desafíos como una persona que vive con el síndrome de Down, no parece mostrar ninguna diferencia importante en lo que respecta al comportamiento y los cambios fisiológicos de una niña de 11 años. Está descubriendo el mundo y haciendo preguntas mientras día a día su cuerpo sigue creciendo y transformándose en el de una joven mujer.
A veces me descubro perdida en las muchas preguntas que cualquier otro padre puede tener en este preciso momento de la vida. ¿Ella va a encontrar el amor? ¿Alguien va a herir sus sentimientos? ¿Cómo lidio con su período? ¿Cómo enfrento la discusión de la sexualidad? ¿Cómo me preparo para las lágrimas inevitables de los corazones rotos y las desilusiones de la vida?
No tengo respuestas y mi manera de enfrentar esa ansiedad natural es creer que las respuestas vienen con el tiempo en las experiencias de la vida real. Confío en que seremos capaces de entender todo esto juntas, y porque ella es una mujer como yo, creo que en toda la complejidad de estos eventos y en base a mis propias experiencias, estoy lo suficientemente calificada como para ayudarla a crecer y encontrar sus propias respuestas
Para mí, Ayelén es la niña más bella de 11 años. Su cabello largo, sus hombros redondeados y esa actitud increíble que le dice al mundo que es fuerte, que es valiente, y que es valiosa. Tengo claro que no es lo que todo los demás ven, y también entiendo cuán difícil es para el mundo ver su verdadero yo sin enfocarse en las características de su condición. E incluso tratando de desconectarme de los prejuicios y las bajas expectativas de la sociedad hacia mujeres con discapacidades específicas, a veces no puedo evitarlo y realmente me molesta la idea de que tenga que trabajar tanto para demostrar su valor y su derecho a ser una mujer plena.
Ese prejuicio silencioso y abierto condena a mujeres como mi hija a la esterilización temprana, basándose en la suposición de que nunca podrán tomar decisiones conscientes de sus cuerpos y su sexualidad. Muchos afirman que es lo lógico e inteligente para evitar embarazos no deseados, pero seamos honestos y objetivos, ¿es realmente esta una herramienta de prevención o la manera más fácil de quitarle a alguien la dignidad al afirmar que la capacidad de una persona se define basada en su discapacidad?
Me importan estas discusiones y podría pasar toda mi vida tratando de explicar a otros por qué es tan importante abrazar el crecimiento de nuestros hijos con discapacidades de la manera más natural con las mayores expectativas posibles, pero al final la realidad es que no importa lo que pase afuera, mi objetivo es muy personal y mi amor por mis hijos, en este caso, hablando específicamente de mi hija, viene con mi compromiso de darle la libertad de tomar sus propias decisiones y la oportunidad de vivir su vida plenamente junto a la promesa de estar allí para ella cuando sea necesario: para apoyarla si así lo desea o intervenir cuando ella me necesite, así como lo hace toda madre.
Imagino que mi vida parece complicada si se mira desde afuera, pero sinceramente, no creo que como madre e hija estamos pasando por algo diferente. Creo que cada mujer pasa por etapas similares y para celebrarnos todos los días debemos celebrar nuestro derecho humano a crecer con dignidad, a desarrollar nuestras capacidades al máximo, a celebrar nuestra integridad y sexualidad, y a obtener apoyos cuando sea necesario. No tiene nada que ver con el diagnósitco individual sino con la realidad de que ser mujer es complejo y por eso es también una cuestión de hermandad, maternidad, y conexión. Parte de la celebración es reconocer que no estamos sólas, y por tanto, sentirnos bendecidas de ser parte de esta tribu como hijas, como madres, como hermanas, como pareja, como individuos únicos cargados de amor y valor.