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Ya son cuarenta años y no puedo evitar mirarme al espejo y escuchar a Ricardo Arjona cantándome señora de las cuatro décadas al oído. Yo tenía menos de 20 cuando escuché esa canción por primera vez, y así como pasa cuando uno es tan joven y siente que tiene toda la vida por delante, uno piensa y siente que nunca va a envejecer sin siquiera imaginar lo que la vida nos tiene reservado ni lo rápido que el tiempo pasa mientras los años avanzan sin prisa pero sin pausa.
La vida entera me la pasé soñando con conocer ese amor de sueños y conseguir que alguien me ame con locura, con adoración, con idolatría. Siempre me fascinó la idea de escuchar a alguien decir, “te amo, mujer.” Y años atrás lo hubiera dado todo por ganarme ese amor. Hoy a mis cuarenta me siento muy orgullosa de confirmar la teoría de que a los cuarenta una mujer que ha vivido sin miedo tiene pisadas de fuego al andar. A mis cuarenta mi mayor orgullo es poder mírame a los ojos y decirme a mí misma, “Te amo, mujer.”
Te amo, mujer, en tus defectos y virtudes, en tus fortalezas y debilidades, en tus días confusos y en tus momentos brillantes. Te amo así cabeza dura, testaruda, obsesiva, apasionada, y a veces totalmente fría y descontrolada. El sueño de que alguien me ame con este amor complejo e infinito se desvaneció con el tiempo, y no porque perdí la esperanza, sino porque con los años, los retos, los golpes, y las caricias aprendí que nadie jamás podrá amarme si yo no me amo a mi misma, si yo no me acepto, y si yo como individuo no me adoro, me idolatro, y creo en mi capacidad de crear el amor que yo merezco.
En mi 40avo cumpleaños tengo el placer de decir que tengo amor, amor propio, y amor verdadero como resultado de cada vivencia positiva y negativa de mi vida. Tengo muchas razones para sentirme orgullosa, pero ninguna de ellas tendría sentido ni sería valiosa si no hubiera tropezado en tantos caminos. Este amor tan grande y tan poderoso que me ayuda a creer en mí y me capacita para amar con la misma pasión y fuerza a los que amo, es un amor honesto, es un amor sincero, es un amor que no hiere, es un amor que no duele, y que nunca permitiría que nadie le haga daño. Este amor es un amor valiente y un amor que no sucede de modo orgánico. Es un amor planeado, un amor que implica esfuerzo, y un amor que en sus altas expectativas ha renunciado al dolor para darle la bienvenida al amor.
“Te amo, mujer,” y prometo seguirte amando. Cuidarte, darte lo mejor, enojarme contigo cuando sienta que te estas conformando con menos de lo que mereces por el sólo hecho de no sentirte sola. Te prometo recordarte todos los días cuánto vales y lo mucho que vales, porque mujer, eres hermosa, y en tu promesa de amor propio has encontrado el amor más grande: El amor por ti misma, y eso hace que cada día de estos cuarenta años hayan valido la pena.