Creo que una de las grandes inseguridades que enfrentamos como padres es no saber a ciencia cierta hasta dónde los profesionales tienen razón y cuándo debemos intervenir como padres para hacer valer nuestras decisiones en base a la individualidad de nuestros hijos. Creo que la situación no es ajena a ningún padre, pero se vuelve principalmente preocupante en el caso de niños con necesidades especiales, retos de desarrollo, a discapacidades diagnosticadas al momento del nacimiento o a lo largo de su vida.
Como padres no tenemos la preparación profesional para diagnosticar a nuestro hijo ni curarlo cuándo está enfermo. Muchas veces tampoco tenemos las herramientas académicas para saber cómo educarlo, o si las tenemos no podemos hacerlo porque necesitamos trabajar y nuestro hijo necesita integrarse en el mundo para desarrollar sus habilidades al máximo. Sin embargo, como padres somos y siempre seremos los expertos en la vida de nuestros hijos. La conexión directa con nuestros hijos nos dice muchas veces qué hacer, qué está bien y qué está mal, cómo reaccionan mejor, y cómo aprenden o responden más positivamente a las experiencias. No se trata de competir con el profesional sino de que el profesional entienda el valor de la opinión del padre e incluso en muchos casos aprenda de ella o él, porque nunca nadie podré reemplazar el valor de un padre involucrado, su conocimiento único del individuo, y su aporte indispensable para su bienestar.
Muchos profesionales se ofenden o se enojan, porque de cierto modo ser cuestionados golpea su ego, pero
- Es importante que los profesionales tomen la intervención de los padres como una oportunidad para trabajar en equipo
- Es importante que los profesionales entiendan la importancia de informar a los padres de cada uno de los procesos y del porqué de sus decisiones o sugerencias
- Es indispensable que los profesionales se actualicen, se comuniquen de manera efectiva y positiva para reconocer al bebé, niño, o joven como una persona única, no como un diagnóstico,
porque al final la lucha y el mayor aporte del padre es ese: recordarle al mundo que su hijo no es una probabilidad sino un ser humano único que merece y tiene derecho a ser evaluado y tratado como cualquier otra persona, sin prejuicios, ni estereotipos que limiten su bienestar y su futuro.
Tengo un ejemplo que me parece interesante. Mi hijo Emir, como sucede con algunas personas con síndrome de Down, siempre ha tenido tendencia a tener problemas respiratorios que se manifiestan en sinusitis y posteriormente secreción en los ojos y nariz. El último invierno su situación estuvo un poco complicada y decidí pedir una segunda opinión. El doctor, que además es muy famoso y reconocido, entró el consultorio y sin siquiera mirarlo me dijo que era normal que los “niños así” tengan estos cuadros y que no había nada que se pueda hacer. Me pareció sorprendente su opinión porque a pesar de todos sus años de experiencia y galardones, había decidido juzgar a mi hijo por sus características físicas sin siquiera tomarse la molestia de evaluarlo como individuo. Después de compartir mi opinión al respecto le pedí que me devolviera mi dinero, y así lo hizo. Llevé a Emir a otro doctor en otra ciudad, y la diferencia fue que este doctor a pesar de decirme que es una situación común me dio un tratamiento para controlar las alergias que permitió que la salud de Emir se regulara en cuestión de días.
Entonces, a los padres quiero decirles que en este y todos los casos de la vida, cuando se trata de tu hijo:
- Tienes derecho a estar en desacuerdo
- Tienes la responsabilidad y el derecho de buscar mejores servicios
- Tienes el derecho de tener altas expectativas
- Tienes que aprender a defender a tu hijo del prejuicio consciente e inconsciente
- Tienes que escuchar tu sexto, séptimo, y octavo sentido
Y tienes que hacerlo aunque duela, aunque moleste, y aunque agote, porque ciertamente esto es algo que nadie puede hacer por ti o mejor que tú.