Ayer salimos de compras con Emir y Ayelén y encontramos a una terapeuta que estuvo involucrada con ellos durante los primeros años de su vida. Cuando los vio corrió a abrazarme y al verlos dijo efusivamente, “¡estos niños son un milagro!” Luego sonrió y me dijo, “bueno, entiendo que no es un milagro pero más bien el fruto de trabajo duro pero nunca deja de ser increíble.” Me dejaron pensando sus palabras porque es totalmente cierto. Con el paso de los años parece un milagro ver cuánto han avanzado y lo mucho que han logrado, pero el milagro no llego desde el cielo, se ha ido construyendo día a día con mucho trabajo y esfuerzo.
Yo tengo una posición muy clara acerca de los milagros. Creo que no pasan inesperadamente. Creo que suceden cuando uno sabe lo que quiere y fortalecido en su fe uno hace que las cosas sucedan. Los milagros son tan poderosos e increíbles, que es difícil creer que uno en su humanidad los puede conseguir, pero supongo que es cuando uno cruza el límite de lo humano para maximizar el amor intenso y la fe en Dios, en los que uno ama, y en uno mismo, que uno aprende a obrar milagros en su vida.
Yo creo fervientemente en Dios y a lo largo de mi vida Dios se ha manifestado de diferentes maneras. No soy religiosa pero intensamente espiritual y siempre he sentido la fuerza y constantemente siento la bendición. La vida para mi es un milagro tan grande que abrazo diariamente que de cierto modo siento que no tengo derecho a malgastarla. Eso siempre me ha pasado con mis hijos. Siento que mi responsabilidad de hacer lo mejor de ellos es lo que obra el milagro indescriptible de verlos felices. Creo que el milagro para mi ha sido desarrollar esta responsabilidad personal que me empuja a creer que con amor y fe, si puedo.
Creo que como padres y como individuos en general, tenemos que vivir con la intención de experimentar milagros constantes que nos motiven y mantengan alineados a nuestra misión personal. También creo que todos necesitamos vivir con intención y cuando esa intención es clara, los milagros nunca dejan de llegar. Y no creo que es porque unos tienen más milagros que otros, sino porque cuando uno decide vivir los milagros uno aprende a verlos hasta en las cosas más pequeñas. Uno se educa y aprende a ser agradecido. Uno se llena de fuerza y pasión por la vida y uno sabe que ese libre albedrío del que hablamos a nivel espiritual es nuestro derecho a elegir, nuestro derecho y oportunidad de re-direccionar nuestras vidas el momento que así lo decidamos.
Todos hemos vivido momentos traumáticos y situaciones inesperadas y difíciles. Muchos hemos tomado malas decisiones y nos hemos hecho daño o hemos hecho daño a los que amamos, y aquí el verdadero milagro es encontrar el camino. Ver la luz al final del túnel y seguirla sin prisa pero con determinación, con intención. Para mi esa luz en mi papel de madre es la que me guía para seguir luchando por mis hijos y con la que les enseño que no vivimos por vivir, sino que vivimos para vivir al máximo y experimentar la vida como un milagro. Caminamos tomados de la mano y siempre estamos celebrando los milagros: milagros que a veces son tan pequeños que parecerían absurdos antes lo ojos de los demás, pero que en los nuestros son sin duda los más grandes y los más poderosos.