Siempre que escribo miro atrás y no puedo creer lo rápido que pasa el tiempo. Más de catorce años desde que nació y Emir y ya casi doce desde que Ayelén nació. Seguimos creciendo juntos y las piezas se siguen conectando. La enseñanza ha sido vivir un día a la vez, vivirlo al máximo, emocionarse en los pequeños logros, aprender de los retos, poner a un lado los diagnósticos y vivir para celebrar quienes somos.
Este año Emir pidió para navidad un trampolín, al nuestro se lo llevó el huracán hace un año atrás y desde entonces nunca lo había repuesto. No lo había repuesto porque pensar en armar un trampolín tan grande sola no es tarea sencilla y aunque predico mucho acerca de la necesidad de pedir ayuda, lo hago desde una posición de reflexión personal porque para ser honesta nunca he sido buena involucrando a los demás. Básicamente crecí sola y me quedé sola cuando mi madre murió hace 25 años atrás, y siempre pude sola, y recién ahora que tengo cuarenta años, dos hijos, y tanto camino andado me doy cuenta que me gusta estar sola y tengo que re-educar esa parte de mi vida para darle a mis hijos la seguridad y estabilidad que necesitan si algún días les falto.
Creo que de esa experiencia de soledad y auto-suficiencia es que viene mi fe en la capacidad de mis hijos sin importar su discapacidad. Así que el fin de semana, con Emir al lado, nos pusimos a la tarea de buscar una buena oferta y comprar el famoso trampolín aprovechando el viernes negro y el Cyber Lunes. Encontramos uno buenísimo, aguanta hasta 400 libras, de 15 pies. WOW estábamos emocionadísimos los dos, y luego nos dimos cuenta que la oferta no incluía transporte. Emir me dijo que le escriba a su tío que tiene una camioneta y estaba de visita. El me ayudó a cargarlo y traerlo a casa. Cuando Emir llegó de la escuela ahí estaba la caja. “¿Lo armamos?” me preguntó. “¿Tu y yo?” le contesté yo. “Podemos hacerlo,” me dijo. Y así lo hicimos.
Emir tiene más lógica que yo de muchas maneras. Emir tiene una fe envidiable en si mismo. Necesita de mi apoyo y mi guía, pero muchas otras veces él se da cuenta más rápido que yo de cómo encajan las piezas, Y luego pienso y me pregunto, ¿pero cómo no? Si su vida entera ha sido un camino en el cuál todavía las piezas se siguen conectando. Si juntos al lado de Ayelén abrimos todo el tiempo cajas inmensas de información, las ordenamos sobre el piso, leemos las instrucciones juntos y cada uno poco a poco las va conectando. A veces las conectamos mal, a veces las conectamos bien, a veces creamos algo que no estábamos buscando. El hecho es que seguimos creciendo y conectando las piezas aunque no siempre tengamos las respuestas.
Volviendo al trampolín, ya completamos la parte más difícil. Ahora sólo nos queda poner los postes y el enmallado. Lo hicimos juntos, lo hicimos solos y lo hicimos unidos, y para quienes viven en un mundo como el nuestro en el cuál muchas veces parece que para lograr algo debemos depender de los demás, la enseñanza es la siguiente: No vale la pena esperar a comenzar esperando que algún nos ayude, hay que dar el primer paso, hay que combinar nuestras habilidades y hay que ir conectado las piezas, porque todos los días de la vida seguimos creciendo y las piezas se siguen conectando.