Mucho se habla en este momento de la analogía de que todo estamos en el mismo barco, y mucho se discute de lo absurdo de creerlo así, ya que a pesar de que todos compartimos, por así decirlo el mismo mar de preocupaciones y la necesidad de ajuste, todos estamos en diferentes botes dependiendo de nuestros recursos, nuestros retos personales y familiares y en el caso de nuestros hijos con retos educativos, de educación a distancia desde los recursos disponibles en el hogar a nivel personal y local.
Hoy muchos padres como yo, que además de trabajar a tiempo completo, crían a sus hijos solos, enfrentan el reto de tratar de balancear trabajo, escuela virtual, las obligaciones del hogar, y aún así, encontrar tiempo para respirar profundo, balancearse físicamente y mentalmente, y recordarse una y otra vez que esto es una etapa necesaria que pasará y que debemos enfrentar con fe y valentía. Pero volviendo al tema del mar, del barco y del bote personal, no todas las personas tampoco tienen la misma capacidad de auto-balance ni se encuentran en una situación positiva que les permita encontrar paz en momentos de crisis en los que quizás no tienen un trabajo estable, lo han perdido fruto de la pandemia, y peor aún, comienzan a sentir los efectos de la crisis resultado de la falta de dinero y acceso a lo más básico.
La educación de nuestros hijos con discapacidad o retos significativos de aprendizaje es otro factor importante. No es lo mismo apoyar a un estudiante típico, que trabajar uno a uno con un estudiante con retos importantes de aprendizaje. No es lo mismo sentar a tu hijo típico a tu lado mientras trabajas, que esperar que tu hijo con retos de aprendizaje pueda solo. El primero necesita apoyo y supervisión. El segundo necesita atención constante y requiere mucho más que un recordatorio para re-enfocarse. Tampoco es lo mismo ser madre a tiempo completo porque tienes el apoyo de tu pareja, que tener que hacerlo todo sola. Así que no comparemos, no juzguemos, y sobre todo, no pretendamos que esto es lo mismo para todos.
Dicho esto, queridos padres, creo que es válido decir que todos estamos lidiando con el estrés, la ansiedad y la incertidumbre de no saber si lo estamos haciendo bien o de sentir que no estamos haciendo lo suficiente. Muchos estamos descubriendo nuevas carencias, incluidas las propias, porque aunque amamos a nuestros hijos, no somos educadores. Muchos la tenemos más dura que otros en diferentes aspectos, y también de cierto modo, muchos la tenemos más fácil. Algunos, divorciados o solteros, no tenemos extra apoyo. Otros tienen más apoyo familiar pero quizás menos recursos económicos. Otros quizás tienen ambos. Entonces, todo depende de cómo interpretemos la balanza o cómo decidamos evaluar nuestro vaso: medio lleno o medio vacío. Pero sin duda hay algo claro, todos tenemos algo por lo cual agradecer, algo para dar y nos podemos beneficiar de algo que alguien nos pueda ofrecer.
Está bien hacer sólo lo necesario en estos momentos. Está bien aceptar que estamos agotados. Está bien sentirnos abatidos o confundidos. Realmente no es un momento para exigir lo imposible sino para aceptar nuestras limitaciones y abrazar nuestras bendiciones. Para entender que las pequeñas cosas tienen un valor inmenso, y que aunque no podemos elegir cambiar el presente, podemos elegir como contribuir a que sea más llevadero. Podemos compartir cosas positivas porque las negativas son demasiado obvias. Lo que nos ayudó a nosotros puede ser útil para alguien más, y por muy pequeño o insignificante que parezca, puede devolverle a alguien la fé o regalarle una sonrisa. No sabemos cuándo las cosas volverán a la normalidad, pero mientras tanto, podemos crear una nueva norma: la de hacer nuestro mejor esfuerzo y aprender a sentirnos satisfechos por ello sin dejarnos limitar por el resultado inmediato, sino motivados por ver el fruto de las semillas que hemos sembrado, que puede que tarden más o menos en dar sus propios frutos.
