Estamos en la séptima semana de educación a distancia resultado de la pandemia. Las primeras semanas no fueron fáciles. Pasar de ser mamá a maestra no es una tarea que todas las madres hemos soñado, al menos no a nivel académico. Educar dos estudiantes de primaria y secundaria no es sencillo, más aún si le sumamos que el trabajo no ha parado y todo lo contrario se ha incrementado fruto del aislamiento. Entre todos los memes que he leído a lo largo de la semana, me quedo con uno en especial, “Nunca creí que la única oportunidad que tendría en mi vida de volver a hacer fracciones sería para enseñarle a mis hijos a hacerlas en tiempo de pandemia.”
Pero todos los retos traen premios inesperados. En todas estas semanas he ganado una comprensión que no tiene precio del modo en el cual mis hijos aprenden. Los he visto aprender gracias a mí. He visto progreso y los he visto pasar de su rol de hijos a su rol de estudiantes. Hemos creado una rutina. Hemos creado una escuela y en nuestro hogar, y además de madre y maestra de vida, hoy me atrevo también a sentir que tengo el honor de ser maestra académica, por supuesto, con todos los apoyos y soportes de sus verdaderos maestros.
Dicho esto, quiero decirles a todas las mamá haciendo su mejor esfuerzo cada día, que son unas maestras maravillosas. Quiero felicitarlas por no rendirse ante la adversidad, y por enfrentar la vida con esperanza y responsabilidad como la prueba más grande amor por sus hijos. Sé que todos tenemos retos en este y en todos los momentos de la vida. Pero también sé que cuando tenemos amor, lo tenemos todo, porque lo mágico del amor es que tiene la capacidad de materializarse en fortaleza, de transformar lo que parece imposible en su mejor versión, de hacernos crecer y de hacernos sentir orgullosos.
Quien tiene amor eso es lo que entrega. Quien tiene amor ve esperanza. Quien tiene amor ve luz no solo al final sino a lo largo del camino, y sobre todas las cosas, ilumina a quienes están a su alrededor. Bendecido amor que nos hace valientes.