Hablemos de un tema interesante. ¿Le digo o no que tiene una discapacidad? o ¿cómo le digo que tiene una discapacidad? Para comenzar a explorar este tema comencemos desde el principio. ¿Cuáles son tus temores o inseguridades cuándo se trata de enfrentar este momento con tu hijo o hija? Nadie te está escuchando y ciertamente nadie te está juzgando porque esta no es una conversación que necesitas tener con alguien más, por lo menos no este momento. Esta es una reflexión que necesitas tener contigo mismo o contigo misma.
Te comparto algunas de mis preocupaciones en el pasado, porque ciertamente sino todos, la mayoría hemos pasado por ese momento. Mi mayor preocupación era darle a mis hijos información difícil de procesarse. Porque la pregunta en mi mente era, ¿cómo les explicas a tus hijos que hay personas que utilizarán su discapacidad para limitar su individualidad? ¿cómo les explicas a tus hijos que constantemente serán el foco de atención de miradas curiosas e ignorantes? o que tarde o temprano alguien se aprovechará de sus diagnósticos para hacerlos sentir vulnerables o menos valiosos.
Con el tiempo me di cuenta de que aunque todas estas preguntas tienen bases reales, su mayor limitación es mi propia percepción de la discapacidad. Detrás de cada una de ellas hay temor. Hay pre-juicio y hay duda. Con los años, aprendí que la única manera de hacer a mis hijos fuertes era enfrentar esas dudas y esos prejuicios personales para sacarlos del estado de vulnerabilidad mientras trabajábamos juntos por fortalecernos íntegralmente como familia y equipo, mientras normalizábamos la discapacidad como una parte natural de quienes son ellos y de nuestras vidas en general, ya que los tres juntos remamos en el mismo bote.
Los padres tememos hablar de discapacidad porque aunque no queramos aceptarlo, dentro de nosotros todavía hay inseguridad y negación con respecto a la discapacidad cuando la vemos como un problema y no como un componente natural de la existencia humana. Así que para hablar con nuestros hijos tenemos que empezar por hablar con nosotros mismos. Por desenredar la madeja interna para posteriormente compartir nuestras reflexiones con las personas de nuestro entorno. Tenemos que sentirnos seguros y balanceados para ganar la capacidad de compartir nuestro punto de vista, y al mismo tiempo, escuchar el contrario tratando de rescatar lo mejor con un enfoque de mente abierta y analítica. Enfrentar estas discusiones nos ayuda a identificar nuestros miedos y aprender a encontrar respuestas.
Sólo entonces estaremos listos para hablar con nuestros hijos de discapacidad y explicarles que la discapacidad es una de las características que los conviertes en quienes son, y que así como otras características personales que los identifican pero no los definen, es natural. Por ejemplo, el color de tu piel o de tus ojos no define tus capacidades. Tampoco la discapacidad. Que seas alto o bajo no te hace mejor ni peor. Aprenderás a vivir con tu altura, tu peso, tus características físicas, y te adaptarás al mundo y el mundo aprenderá a adaptarse a tí. Con esa misma naturalidad vivirás con una discapacidad que no define tu identidad porque siempre trabajaremos porque la gente te conozca como individuo no como un estigma relacionado a tu diagnóstico. Tu eres y siempre serás: Nombre y Apellido.-
Para cerrar, se escucha mucho que hay que ignorar o evadir la discapacidad porque no existe o no hace falta enfrentarla. En mi opinión, no podemos negarles a nuestros hijos el derecho de entender su condición y de enfrentar sus propios temores e inseguridades al respecto. De fortalecerse gracias a la internalización de esta parte de si mismos para sentirse cómodos y seguros viviendo en su propia piel. No debe haber nada más duro para un ser humano que no entender su identidad integral y no poder defenderse porque no sabe en base a qué se lo ataca. Y es así de sencillo, la discapacidad siempre será parte de su identidad y como pasa en la vida de todos y cada uno de los seres humanos: Para fortalecerse, enfrentarán retos naturales que los pondrán cara a cara con los prejuicios de los demás basados no sólo en discapacidad sino en todas las áreas que componen la diversidad como componentes de grupos humanos minoritarios. Lo único que funciona en esos momentos es la fortaleza con la que hemos sido criados y el amor con el cuál se nos ha enseñado a amar y defender nuestra identidad, sin miedos ni prejuicios.