Es difícil ser padres y a ese se lo sema que en la crianza hay muchos conceptos confusos que muchas veces nos hacen fallar cuando vivimos y criamos bajo prejuicios arraigados a la sociedad que nos hacen creer que premiamos cuando en realidad estamos castigando, y que castigamos cuando en realidad estamos habilitando.
¿A qué me refiero con esto? Es habitual ver el comportamiento sobre-protector como un premio para el hijo y un acto digno de reconocimiento para la madre o padre, o ambos. Se reconoce constantemente el trabajo de la “madre abnegada” que se olvida de si misma y se convierte en la esclava incondicional del hogar. En estos tiempos muchas madres trabajan fuera del hogar, y cuando regresan, se espera que sigan trabajando para coronarlas como “buenas madres y mujeres.” Ni se diga si es el padre el que cumpla la función de cuidador primario, la sorpresa y el reconocimiento es aún mayor, ya que la sociedad tiene clavado el prejuicio de que un hombre no puede ser cuidador sino proveedor para ser cuidado.
Dicho esto, a la hora de analizar nuestra crianza, es importante desenmascarar estos prejuicios por el bien de nuestros hijos y entender que lo que a veces consideramos castigo es en realidad un premio.
- Enseñarle al hijo a ser responsable de sus actos y a ganar independencia no es un castigo, es un regalo que lo construye para maximizar sus capacidades y ganar independencia.
- Hacerlo todo por el hijo quitándole la oportunidad de aprender no es un regalo, es un castigo que eventualmente lo inhabilitará en el mundo quitándole oportunidades y limitando su autonomía.
La independencia no es una asignatura que se entrega una vez el individuo ha cumplido cierta edad o “está listo.” El individuo nunca estará listo si no lo educamos desde siempre y desde siempre lo habilitamos a través de oportunidades constantes en las cuales debemos esperar error como un componente esencial del aprendizaje. Para habilitar a nuestros hijos no podemos saltar los pasos lógicos, ya que la independencia y la autonomía no llegan con la edad, sino con la formación, la exposición, la consistencia y la repetición que dan las oportunidades cotidianas.
Es importante como padres ser responsables y conscientes de nuestro aporte en la vida de nuestros hijos, y renunciar al deseo constante de brillar a través de sus vidas creyendo que sobre-protegerlos es un regalo. El verdadero regalo es educarlos, enseñarles, aprender a tener paciencia y constancia, y aprender a enfocarnos en los logros en vez de en nuestro deseo de evitarles el golpe o evitarnos el trabajo, castigarlos deprivándolos de su derecho a crecer y aprender al máximo de sus capacidades individuales.