Como padres es normal tener un millón de preguntas, más aún si enfrentas la realidad de criar un hijo con retos de desarrollo. Entonces más que nunca, las vivencias de otros cuentan y pueden influír considerablemente en quienes las internalizan para tomar decisiones en la vida de sus hijos. ¿Cuándo caminará? ¿Cuándo se sentará? ¿Cuándo hablará? ¿Cuándo aprenderá a leer y a escribir? Tener respuestas es importante, pero entender que las respuestas de los demás no necesariamente tienen el poder de responder las propias, es determinante.
Con esto quiero decir algo que debemos comprender y respetar como padres: la edad en la que un niño consigue masterar una habilidad física o académica no implica que otro podrá o deberá hacer lo mismo o debe regirse bajo ese patrón. Creando estas expectativas ilógicas de estandarización, lo único que vamos a crear es presión en nosotros mismos como familia, y peor aún, en nuestros hijos como individuos.
Y es que hay algo muy cierto que tenemos que entender: esta no es una competencia de talentos y por tanto, no vale la pena tratar de acelerar el tiempo. En vez de vivir enfocados en adelantar los procesos para revertir lo que consideramos negativo o limitador, debemos vivir concentrados en maximizar las experiencias naturales de desarrollo de nuestros hijos de modo individual para crecer junto a ellos en cada vivencia en el camino de aceptar, amar, y defender la diversidad.
Idealizar a otras personas y utilizarlas como patrones para definir el futuro de nuestros hijos no solo es absurdo, sino irrespetuoso. Al poner metas basados en el éxito de alguien más, estamos quitándole a nuestros hijos su identidad y su derecho a elegir cuáles son las metas que ellos quieren escribir y sobre las cuales quieren escribir su propio destino.
Nuestro trabajo como padres de hijos típicos y con discapacidad es exactamente el mismo: ocuparnos del hoy para ayudar a nuestros hijos a fortalecer sus capacidades individuales mientras los ayudamos a encontrar su camino y su propia felicidad a través del desarrollo de las herramientas personales que les permitirán adaptarse al mundo. Realmente no hay diferencias en el enfoque, pero muchísimas en el proceso que es lo que nos toca desarrollar de modo individual a lo largo de la vida de nuestros hijos.
Así que la próxima vez en la que te encuentres ansioso o frustrado tratando de acelerar un proceso a través de una nueva terapia, vitamina o cualquier otro elemento externo, toma un respira y enfócate en lo que de verdad importa: maximizar de modo natural cada día mientras construyes a tu hijo. Los estímulos externos son herramientas que bien utilizadas te ayudarán a rescatar lo mejor de tu hijo, pero en la vida real, lo más importante vive en tí, se fortalece en tí, y es desde ahí dónde todo florece, se materializa y crea no sólo éxito ante los ojos de los demás, sino felicidad y satisfacción en el corazón de tu hijo, que es lo que de verdad importa.