De mi hija aprendo las lecciones más grande de inclusión verdadera e individualidad. A través de sus reacciones y respuestas a las situaciones que de otro modo para mi pasarían desapercibida, veo en su vida la representación de quienes viviendo con una discapacidad, tienen la gran capacidad de defender su individualidad y su derecho a no encajar en las etiquetas impuestas. Esta historia que cuento a continuación me hizo reflexionar acerca de la urgente necesidad de revisar nuestra definición de inclusión real cuando creemos que es positivo que todo el mundo los ame.
Estábamos caminando en el supermercado y de repente alguien la vio de lejos y se acercó a saludarla, situación que no es poco común pero quizás un poco menos lógica en estos tiempos de pandemia. Yaya, que estaba mirando unos productos, inmediatamente se alejó y se refugió detrás de mí. Escuché a la persona decir a lo lejos, “lo siento, es que todo el mundo los ama y yo tuve una como ella.” Yaya me miró a los ojos, y realmente su mirada me abrió la mente porque sin decir nada lo había dicho todo. La tomé de la mano para buscar a Emir que andaba comprando sushi más adelante, y mientras caminábamos le pregunté qué había pasado. Su respuesta me dejó helada, “No me puede amar si no me conoce,” me dijo. ‘Yo tampoco la conozco a ella.”
Creo que nunca antes había escuchado a Yaya expresar con tanta claridad un concepto que obviamente parte de casa, pero que probablemente tiene muy claro hace mucho tiempo y finalmente se ha materializado en palabras. Le di un abrazo y le dije, “tienes toda la razón del mundo, y todo el derecho de poner límites.” Y seguimos caminando tomadas de la mano. Sentí su fuerza y su certeza apretando fuerte la mía, y me sentí realmente orgullosa e identificada con esta gran lucha que da vueltas en su cabeza. Y me pregunté al mismo tiempo cuántas veces estas reacciones obvias y lógicas en la vida de un niño típico, se consideran absurdas o incomprensibles en la vida de quienes viven con condiciones como el síndrome de Down, y se han convertido en víctimas de los prejuicios al punto tal, en el cual se cree que “amarlos a todos,” y tener derecho a acércate y tocarlos sin su consentimiento es un acto inclusivo.
No me voy a cansar nunca de hablar de estos temas, porque por el momento, sigo siendo la voz de mis hijos, y de cierto modo la de quienes concuerdan y encuentran en estas palabras un modo de compartir su necesidad de un mundo de inclusión real en el cual nuestros hijos pasen desapercibidos en su discapacidad para ser reconocidos en su individualidad, y no al revés. Me quedo con la mirada de Yaya clavada en el corazón, con su evolución personal para identificarse como individuo, y al mismo tiempo su orgullo y aceptación plena reconociendo su condición, así como sus habilidades y limitaciones.
Realmente me quedo con este sentimiento de orgullo y satisfacción al saber que para ser una persona plena y completa, no se necesitan súper poderes de ningún tipo, ni sucumbir a la necesidad de ser amado por quienes no te conocen, sino amarte a ti misma al punto tal de reconocer que el amor se gana, se construye y se reserva para quienes lo merecen y te conocen lo suficiente para saber que eres único.