Hace muchos años le encontré el gusto a correr, lo que no significa para nada que soy una corredora competitiva o profesional. Me ayuda mucho para limpiar mi mente y la verdad es que en muchas de mis carreras matutinas encuentro paz e inspiración. Pero hace unos meses me puse a pensar que a pesar de haber estado corriendo por tanto tiempo, nunca he invertido pasión en mejorar mi estilo ni incrementar el ritmo de mis pasos. Así que me puse una nueva meta. Incrementar mi paso para correr 6 millas por horas en vez de 4, que es lo que hago muy bien.
Por dos meses me centré en correr más rápido e ir incrementando gradualmente mi velocidad, y me encantaría decir que fue una decisión inteligente o una experiencia increíble, pero no lo fue. Fue horrible, y el otro día cuando estaba lista para encender la corredora, de repente sentí esta repulsión por correr. Y entonces me di cuenta. Me di cuenta que antes que nada, correr más rápido no tiene ningún sentido porque a mi propio ritmo he estado disfrutando mi propio camino y avanzando sin presión ninguna. A cuatro millas por hora entro en ese estado poderoso en el que puedo reflexionar, descansar mentalmente, y maximizarme para tener un gran día.
Hacer de algo tan lindo algo competitivo por el sólo hecho de “ser mejor,” realmente no tiene sentido. Ya estoy haciendo lo mejor combinando no solamente los beneficios físicos, sino combinándolos con los beneficios sicológicos que correr a mi propio ritmo trae para mí.
Hoy volví a mi ritmo habitual después de dos merecidos días de descanso, y volví a sentirme feliz y satisfecha. Y me puse a pensar en cómo este comportamiento es el reflejo de nuestro comportamiento en muchas áreas de la vida. Aplicándolo a nuestro rol de padres, cuántas veces en nuestro intento de incrementarles a nuestros hijos el ritmo, los ponemos en situaciones de estrés y presión, en vez de respetar su paso y celebrarlo como debe ser.
Nos enfocamos en “mejorar” y creemos que para “mejorar” tenemos que incrementar el ritmo porque nos estamos quedando atrás. Pero, ¿atrás de quién o comparados con quienes?
Sin darnos cuenta nos olvidamos que “mejorar” no es la meta. La meta es PROGRESAR, y para progresar hay que dar pasos educados y sobre todo, entender que progreso no es sinónimo de números ni sucesos comparados con otros. Progresar es descubrir satisfacción en el momento presente con la visión clara de que cada día avanzamos cuando estamos enfocados en disfrutar del proceso. El progreso es natural y continuo aún cuando muchas veces no se pueda medir del modo típico.
Queramos o no, el entorno nos influencia. Y no son los corredores profesionales o los amigos que corren más rápido el problema. El problema somos nosotros mismos cuando comparándonos con otros sentimos que no somos suficiente.
Pero sobre todo, el problema es cuando queremos hacer que las cosas pasen sin un plan, sin conocimiento, sin lógica ni ciencia. Sin duda alguna, si mi meta es incrementar mi ritmo, seguro que sí puedo conseguirlo, pero querer hacerlo y subirle a la velocidad no es suficiente. Tendría que aprender muchas cosas que ahora mismo no tengo, o quizás ya tengo pero necesitan ser maximizadas para conseguir mi próximo objetivo.
Por ahora me pregunto si vale la pena invertir ese tiempo y esfuerzo en correr más rápido, y la verdad es que la respuesta es “no.” Disfruto dónde estoy y tengo otras prioridades en la vida, situación que no hace mis carreras matutinas menos significativas o importantes, sino que las hace perfectas y satisfactorias a cuatro millas por hora por 30 minutos al día. Ahí estoy hoy, y lo celebro.