Hace muchísimos años practico yoga y meditación. La meditación o la auto-reflexión, como decidas llamarla, es una práctica que aprendí muy pequeña gracias a la lectura. Uno de los recuerdos más poderosos que tengo de mi niñez al lado de mi madre es un libro que recibí como regalo de mi mamá: Tus zonas erróneas de Wayne Dyer. Yo tenía probablemente 10 años y tal vez el libro era para ella y no para mí, pero al mismo tiempo y como pasan las cosas curiosas, fue para mi y abrió mi mundo a la reflexión y la conexión espiritual para comprender que somos fruto de nuestras intenciones conscientes y del trabajo que invertimos para manifestarlas en nuestras vidas.
Cuando perdí a mi madre, un día pasaba por una librería a la vuelta de mi casa, y vi a través del cristal un nuevo libro de Wayne Dyer, Tus Zonas Mágicas. A mis 16 años comencé a evaluar la magia alrededor de lo más básico y a celebrarme en mis debilidades mientras cruzaba uno de los momentos más difíciles de la vida. Lo más increíble de toda esta historia de espiritualidad y fe en el poder de transformar mi propia vida pese a las circunstancias, es que no sabía cómo utilizar todo esto guardaba en el corazón hasta que mis hijos nacieron.
Cuando mis hijos nacieron, todos los puntos comenzaron a conectarse y el momento clave para mi sucedió cuando reconocí claramente que para hacer un cambio tenía que comenzar cambiando mi propia mirada para aprender a ver capacidad y progreso, en vez de discapacidad y estancamiento.
Hoy quiero compartir un poquito de eso porque justamente mientras mediataba esta mañana, experimenté uno de esos momentos mágicos. Cuando abrí los ojos miré alrededor y sin darme cuenta me había concentrado en la “suciedad” del piso. Estaba viendo los granos de arena que los niños cargan en los zapatos cada vez que entran del columpio, los que los perros traen entre sus patitas, y los trocitos de papel que probalemente yo dejo caer mientras trabajo. Fueron un par de segundos y de repente, la intención de ver lo positivo me hizo ver lo que había percibido como algo desagradable como una oportunidad de recordar lo bendecidos que somos de tener un jardín tan grande. Lo mágico de tener acceso a los columpios. El regalo que son nuestras mascotas, y la bendición que es tener este tiempo sagrado en mi vida para meditar. Fue también un poderoso recordatorio de que yo decido qué hacer con que tengo y si me enfoco en lo negativo, voy a oscurecerlo todo alrededor, pero si me enfoco en lo positivo, puedo iluminar todo lo que me rodea.
Conectando esta vivencia y esta enseñanza a nuestros hijos quiero ayudarte a guiar tu propia reflexión con estas preguntas:
- ¿Qué ves cuando miras a tu hijo?
- ¿Ves progreso o ves estancamiento?
- ¿Ves posibilidad o ves limitación?
- ¿Puedes ver más allá de la discapacidad para ver la capacidad en potencia?
- ¿Puedes moverte del estado humano cargado de juicio y estándares para disfrutar de su perfección sin juicios ni límites impuestos?
Si la respuesta es sí, te felicito y celebro el trabajo que vienes haciendo para crear este estado de conciencia que no es natural ni orgánico, sino fruto del trabajo y el compromiso de entender que la vida es mucho más de lo que podemos entender y expresar.
Si la respuesta es no, te invito a escribir tu propósito y cada día despertar recibiendo las bendiciones de la vida con la misión clara de ajustar tus percepciones cada vez que sientas que se salen de control. Con amor y compasión, recuérdate que tienes el poder de cambiar tu mirada para ver lo bueno, lo positivo y lo transformador. Mira a tu hijo con agradecimiento y con fe y acepta con alegría tu misión única de crecimiento al lado de los que amas.
