Ahora que Emir es un adulto de 18 años y Yaya tiene 15 años; más que nunca, escucho la pregunta: “¿Qué pasará cuando ya no estés aquí para ellos?” y créanme es una que no necesito que me recuerden, ya que me ha estado dando vueltas en la cabeza desde que me di cuenta de que mis hijos ya no son niños pequeños y por lo tanto, también yo estoy envejeciendo y acercándome cada vez más a nuevas realidades que una vez parecieron lejanas.
Pero como de pequeños logros se avanza, he decidido vivir un día a la vez en el proceso de aprender y enseñarles a necesitarme menos mientras respondo en mi cabeza a esta pregunta elemental que muchos, sino la mayoría de padres de hijos con discapacidad tienen.
Este año mi primer pasito ha sido agregar un día extra a mis viajes de trabajo y este viaje de trabajo a San Francisco fue el primero del año. Y la verdad es que viajar siempre ha sido parte de mi trabajo, pero siempre he tratado de mantener mis viajes con un máximo de hasta tres días fuera de casa, porque la ansiedad me puede comer viva cuando estoy lejos de mis hijos. Un pensamiento negativo o una duda absurda puede desencadenar en mi cabeza una historia completa de lo malo que puede suceder si no estoy ahí. Aprender a identificar esa ansiedad y tomar acción para confirmar que todo está bien, es un proceso tremendamente lógico pero uno que he aprendido a completar liberándome del efecto paralizador del temor y la angustia.
Y voy a ser honesta. Se trata más de mí que de ellos porque hace años que dejaron de llamarme todos los días cuando estoy fuera. Por lo general, rechazan o ignoran mis llamadas, y aunque duele al comienzo y uno se pregunta si los estará perdiendo un poquito, a medida que pasa el tiempo ese mismo sentimiento de pérdida es el que construye para ayudarnos a lidiar con la ansiedad y transformarla en tranquilidad al saber que tienen una vida aparte de nosotros, y no nos necesita todo el tiempo o cómo nos necesitaron una vez, aun cuando puede que en el futuro vuelvan a necesitarnos más que nunca.
He pensado que quizás este es el momento de sentir tranquilidad y recargar las pilas, y con la bendición de Dios, estar lista para el futuro cuando todo vuelva a cambiar.
No hay proceso sin lucha. Y es que mi parte egoísta quiere que estén tristes y que me llamen día y noche, pero mi parte madura está orgullosa.
Ahora que vuelvo a casa mientras miro el cielo y como el paisaje cambia a medida que me acerco, me estoy dando una palmadita virtual en la espalda, porque mientras vuelo de regreso, mi corazón está completo. Estoy relajada, estoy feliz y tengo esperanzas, y por supuesto, los abrazaré y los besaré sin parar cuando los tenga enfrente.
Y mi corazón sabe que hemos logrado una nueva habilidad para la vida como familia, una que importa y representa la independencia, la inteligencia emocional y el amor, el amor verdadero. El que te permite crecer mientras celebra el crecimiento de los que más amas. Así es mi vida, está llena de motivos para ser feliz que son sinceramente situaciones comunes y corrientes a las que decido ponerles magia.