Estaba el otro día caminando con Emir y Yaya en la tienda y encontramos como a cinco compañeros haciendo lo mismo junto a sus familias. Todos saludaron a Emir y Yaya. Nada fuera de lo común, solo compañeros que se encuentran en la vecindad en un fin de semana que es como debe de ser. Pero aunque para los niños es natural, son los padres los que generalmente se sorprenden. Siempre cuando nos vamos alejando los escucho preguntar, ¿de dónde los conoces? El caso es que sus hijos están incluídos y aunque vean diferencia, tienen una manera diferente de ver porque sobre todo y a pesar de cualquier reto natural, celebran la diversidad con la cuál han crecido. Comparten directa o indirectamente con Emir y Ayelén, quienes aunque no sean sus mejores amigos son sus compañeros de clase y miembros de la comunidad.
Reflexionar acerca de esta situación común en nuestras vidas me hizo sentarme a escribir esta nota. Nosotros, quienes crecimos segregados de la diversidad en el intento de ser protegidos de los comportamientos inadecuados de nuestros pares con discapacidades, o que en el intento de nuestros padres y maestros fuimos aislados en aulas de aulas de estudiantes de alto rendimiento para que aquellos que van más lento no nos prejudiquen o distraigan la clase, nosotros somos los que más hemos perdido. Nos perdimos de desarrollar empatía, nos perdimos de entender mejor la diversidad, now perdimos la lección más importante de la vida que es convivir para ganar conocimiento en vez de vivir en ignorancia y caer constantemente en la tentación de ser manipulados por los prejuicios.
Tal vez si hubiéramos crecido incluidos en aulas con compañeros con todo tipo de habilidades y maneras diferentes de expresarse y existir, tal vez no nos hubiera sorprendido tanto la noticia de la condición de nuestros hijos. Tal vez no hubiéramos sufrido tanto o gastado tanto tratando de repararlos, porque tal vez la convivencia típica en nuestro crecimiento se hubiera encargado de educamos, de prepararnos, y de enseñarnos a celebrar la diversidad.
Siempre hablamos de inclusión refiriéndonos a “lo que ganan ellos.” ¿qué tal si cambiamos el discurso y nos enfocamos en ver lo que hagamos nosotros, en lo que ganamos todos? En entender que a nosotros como individuos neurotípicos nos conviene y nos enriquece vivir en comunidades inclusivas a todos los niveles. Que no les estamos haciendo un favor a “ellos.” Nos estamos haciendo un favor a nosotros mismos cuando decidimos reparar el problema de la inclusión para asegurarnos que nuestros hijos tienen una mejor oportunidad de aprender de los demás mientras los demás aprenden de ellos.
A las mente cerradas y obsoletas que se dedican a atacar la inclusión y dicen cosas tan ilógicas como que la inclusión no es para todos y que no funciona si el estudiante no alcanza los estándares académicos: Señores y señoras, si creen que la inclusión es sólo eso, entonces no saben que es la inclusión. Porque ciertamente, los estudiantes aprenden más de lo que jamás seremos capaces de demostrar. Y no estamos hablando de “ellos,” hablemos de todos en general. Porque cuando los comentarios piadosos hablan de “ellos,” al comentarista le hace una buena dosis de inclusión de la buena: la que no hace diferencias y celebra la riqueza de la diversidad reiterando una vez más que la carencia de inclusión al final nos perjudica a todos.